3/12/12

José Luis Flores Villegas: “El pronóstico era que yo regresaba de Cuba en un cajón”

Yo siempre he estado identificado con las luchas del pueblo venezolano. Nací el 9 de mayo de 1952; en los años 60, durante mi adolescencia, fui militante de la Juventud Comunista. Tengo testimonios directos de cómo a los militantes y guerrilleros los torturaban y los asesinaban, historias de camaradas a quienes amarraron de los testículos y los lanzaron desde un helicóptero. Fui testigo de unas cuantas atrocidades perpetradas por los cuerpos represivos. A los 17 años tuve que abandonar mi país por probemas políticos, huyéndole a un gobierno criminal. Estuve viviendo en Hungría durante 4 años. Allá me hice Ingeniero de Mantenimiento, pero como era un país comunista nunca me reconocieron en Venezuela el título.
Ahora acompaño esta parte del proceso que es el Gobierno Bolivariano, tal vez con algunas diferencias y divergencias con personas que están en el alto gobierno, pero considero que la Revolución es un tren: si tú aguantas en ese tren llegas hasta el final. Sobre este tren se van solucionando los problemas y contradicciones. Hay otros que se bajan del tren y quedan al margen. Considero que en Venezuela existe una democracia por primera vez en su historia. Mucha gente no ve eso y entonces abusa y comete injusticias y tonterías.

El “triboleao”

En 1990 comienzo a padecer de un pequeño tumor en la parte inguinal. A veces yo me ponía el pantalón y se me notaba el bulto en la entrepierna. A quien me preguntaba o me señalaba yo le decía que era un triboleao: era como un testículo más que me había nacido. Al principio creíamos que era un quiste de esos que en Venezuela llamamos “seca”, una simple pelota de grasa. Una vez me pararon sobre unas cenizas y me la picaron; me dijeron: “Ya no te va a hacer nada porque está ‘picada’”. Son formas que tiene la sabiduría popular de atacar ese tipo de casos.
En el año 92 una amiga mía, una médico oncóloga llamada Omaira Quintero, se fijó en esa protuberancia. Su esposo, Guillermo Piñeiro, que es traumatólogo, la emplazó para que me preguntara qué era eso que tenía allí y si me lo había revisado. Entre ambos me convencieron para que fuera a revisarme. Ellos mismos me hicieron la revisión y ella me preguntó su estaba dispuesto a operarme, porque eso pudiera ser un ganglio recrecido; “Ojalá no sea cancerígeno”, comentó. Mi mujer opinó que si eso podía operarse, que lo hiciéramos.
Al día siguiente me hice todos los exámenes y días después me operaron; me sacaron un tumor de la forma y el tamaño de un huevo de pavo. Yo era trabajador del Instituto Nacional de Cooperación Educativa (INCE), así que el seguro me los pagó.
Un viejo amigo mío, otro médico, de nombre Eleazar Gutiérrez, fue poco después a mi casa y me invitó a tomarme unos tragos. Le dije: “Pero estoy recién operado”, y él me respondió que si no estaba tomando antibióticos no había problema. Así que empezamos a tomarnos una botella de whisky en mi casa.
A mitad de la conversa el amigo empieza a hablarme del cáncer; en ese momento mi esposa se metió al cuarto y no volvió a salir. Me habló de las muchas formas que había de combatir ese mal, de las posibilidades de vida, de los avances médicos en la materia que había en ese momento. Es decir: me fue endulzando. Hasta que me dijo que el tumor que me habían sacado era cancerígeno; él y mi esposa se habían enterado del resultado de la biopsia y decidieron darme la noticia de manera que no me ocasionara un impacto muy fuerte. Y funcionó: cuando me dio esa información ya yo estaba preparado, ya había asimilado lo que me había dicho antes de la lucha contra el cáncer, así que lo acepté con relativa tranquilidad.

Botado por canceroso

Mi esposa me dijo que íbamos a hacer lo posible para salvarme. Lo primero que hizo el INCE fue negarme los recursos para hacerme la quimioterapia. Y luego me despidieron, porque tenía cáncer. Me quedé de pronto sin trabajo y sin seguro. La familia se reunió y decidió pagarme el tratamiento.
Nos dirigimos al Hospital de Clínicas Caracas. Un médico me dice que si decido ponerme en sus manos me puede curar el cáncer. Me hacen una cantidad de exámenes, y detecta que además soy diabético. Me informó el médico que primero había que tratarme la diabetes, y luego otra cantidad de dolencias que empezaron a aparecer, que no había sentido ni padecido nunca. Me dice que de todos esos males el que me podía matar era el estrés; que me tranquilizara, que él podía hacerme un tratamiento. Sería un tratamiento de unos diez años, y muy costoso.
La familia y los amigos me recomendaron que me hiciera la quimioterapia, que era lo mejor. Así que empiezo a hacerme la quimio; el costo del tratamiento en una clínica en el año 1993 era de unos 380 millones de bolívares, con la aplicación y todo. Al principio mis familiares pagaron el tratamiento, luego mi mujer logró obtener los medicamentos por el seguro. Pero la entrega de esos medicamentos era muy inconstante. Si uno no se hace una aplicación en el lapso indicado pierde todas las aplicaciones anteriores, como si nunca se las hubiera puesto.
En el año 94, ya con 7 quimios puestas, nos retrasamos en la aplicación de la octava, porque el medicamento era difícil de conseguir, y muy caro. Cuando por fin acudí a ponérmela el médico me dijo: “Lamentablemente ya no puedo garantizarte nada. No sé cuánto tiempo más podrás sobrevivir, pero yo calculo que pueden ser unos 17 meses”. Reaccioné con desesperación; mi hijo estaba muy pequeño y yo, en medio de mi depresión, decidí que tenía que luchar, tenía que ver crecer a mi chamo.

La familia

Mi amigo Eleazar, en Los Teques, comenzó a ayudarme sicológicamente, a aplicarme acupuntura. Me entregué a esas terapias, a tratar de internalizar la idea de que no estaba enfermo. Y así sobreviví unos cuantos años.
Hasta ese momento yo no había visto llegar tanta familia a mi casa. Después que vivíamos solos, más o menos aislados, mi casa pasó a ser el centro de reunión de toda mi familia. Hacían comidas, querían colaborar, se entregaron a mí. Tuve un apoyo familiar importante.
A falta de trabajo formal comencé a trabajar mecánica en el edificio donde vivía. Atendíamos un carro por día en el estacionamiento. Tuve que acostumbrarme a no cobrar mi quince y último, pero todos los días producía dinero. Fue necesario adaptarme a un nuevo ritmo, y todos los esfuerzos los hice sobre todo por mi hijo, José Domingo. Él había nacido en el año 86. Para el 93, cuando comencé a enfrentar el cáncer, tenía 7 años.
En el año 2002 reapareció la inflamación en el ganglio. Fui a preguntar cuánto costaba la operación para hacerme la operación nuevamente, y me decían que entre 15 y 18 millones. La familia estaba muy golpeada económicamente, apenas estábamos saliendo de las deudas de la operación anterior; habíamos vendido unos carros, hipotecamos el apartamento, todo para pagar la quimioterapia de hacía ocho años. Un médico amigo me dijo que me operaba con gusto, pero que el costo de la operación no podía bajar de 15 millones.

Cubanos en acción

Un día me encontré en la calle con un médico cubano, de Holguín, y me preguntó por una dirección. El hombre me preguntó después qué me pasaba; algo percibió que lo llevó a hacerme esa pregunta. Yo le conté el problema que tenía. El hombre me preguntó qué tenía en las manos, que estaban cuarteadas. Le respondí que era de tanto trabajar mecánica, por el contacto con gasolina y otras sustancias; que a veces usaba unas cremas que me aliviaban un rato, pero nunca se me cerraban las heridas. Se ofreció para hacerme un chequeo y me remitió a donde una compañera suya.
La doctora me dijo que antes de hacer nada me realizara un examen; en los resultados se confirma que soy diabético, y no estaba recibiendo tratamiento. Me dio una pastilla para que la tomara diariamente; a la semana ya tenía las manos curadas, sin ponerme ninguna crema; el problema era la diabetes impidiendo que mi piel cicatrizara.
Luego el médico se ofreció para contactar a un médico cubano en Carabobo para que me examinara. Así lo hicimos, dos días después. Me fui desde Los Teques, manejando, hasta el hospital Simón Bolívar en Guacara (Carabobo), el primer hospital que montó la Misión en Venezuela.
Este otro doctor me mandó a pasar al consultorio y me pidió que me desvistiera. Al poco rato apareció una enfermera con un frasco y una hojilla en la mano, y comenzó a afeitarme. No me dio tiempo de preguntar mucho; me pasaron al quirófano y me operaron. La operación duró una hora. Estuvieron filmando toda la operación.
El médico me entregó el ganglio que me habían extraído en una botella sellada con formol, y me dio que mandara a hacer la biopsia. Me fui de regreso a Los Teques, manejando como había ido a Guacara.
Al llegar a mi casa me encuentro con otra sorpresa: me estaban esperando dos doctoras cubanas, Esther y Loraine. Esas mujeres me cuidaron durante ocho días en mi casa. A los ocho días me quitaron los puntos, me hicieron mi cura. Y me anunciaron que había que hacerme quimio otra vez. Era mucho más cara que años atrás; sobrepasaba los 400 millones.
Yo trabajaba para ese entonces por mi cuenta, como mecánico y pertenecía al comité de Salud de San Pedro de Los Altos. Los médicos querían colaborar conmigo, pero no se conseguía el medicamento para la quimio.
Fui a ver a Asia Villegas, quien era secretaria de salud, y le informé que ya tenía tres meses esperando la quimio. Todo era más complicado porque eran los tiempos del sabotaje empresarial contra el Gobierno. Asia llamó alarmada al Convenio Cuba-Venezuela, les explicó que era un caso grave porque no debí haber pasado tanto tiempo sin hacerme el tratamiento. Esto fue un día jueves; al terminar la conversación me dijo que regresara tranquilo a mi casa. Apenas llegué allá me llamaron para que fuera a sacarme el pasaporte en la misión cubana en la alcaldía de Guaicaipuro, Los Teques.
El viernes fui a hacer la gestión, el lunes fui a Miraflores y me dijeron que viajaría el martes. Necesitaba un acompañante; la acompañante ideal era mi esposa, pero ella estaba recién operada del manguito rotador y no podía mover el hombro, tenía inmovilizado el brazo derecho. Pero de todas formas  ella fue mi acompañante, y llegó además como paciente para rehabilitarse el brazo.

El hijo

Mientras tanto, mi hijo José Domingo estaba cumpliendo 17 años y en el trance de terminar sus estudios en el liceo y dispuesto a entrar a la universidad. Él quería estudiar arquitectura, pero en la universidad le niegan la entrada en esa especialidad. Empieza a dar bandazos, era un caso típico, el recién graduado de bachiller que no consigue qué hacer. Nos enteramos de que había un curso de Servicio Social que podía estudiarse en Cuba. Él conducía un programa de análisis político y movimiento estudiantil en la Radio Paraipa, una emisora comunitaria de Los Teques. También participaba en la elaboración de un periódico comunitario.
Hablamos con la agregada cultural de la embajada de Cuba, y lo convocaron para una entrevista. Él llevó los periódicos que había hecho y la grabación de algunos de los programas transmitidos. Al final de la entrevista la agregada le dijo: “Yo creo que tú no vas a hacer nada estudiando Servicio Social. Cuba te ofrece una beca para que estudies Arquitectura en una universidad de La Habana”. Le dijo que se tomara una semana para que consultara y madurara esta decisión. Pero él ya estaba decidido.
Un mes después ya José Domingo tenía hecho todo para viajar a Cuba, y lo hizo, becado por el gobierno cubano. Empezó a hacer el preuniversitario en la CUJAE. Le fue muy bien en ese curso; cuando regresó a Venezuela yo estaba en ese segundo enfrentamiento con el cáncer.

La batalla ganada y las que siguen

Llegué a La Habana con mi esposa por primera vez el 24 julio de 2003. En el hotel Copacabana me hicieron especie de terapia antiestrés; luego me pasaron al Centro Internacional de Salud La Pradera. Allí me realizaron 6 sesiones de quimioterapia y 33 de radioterapia.
En los intervalos en que estaba sin hacer nada pedía permiso a la Coordinación del Convenio para conocer el país, y así lo hice. Al finalizar la quimio y la radio me mandaron a Venezuela, en 2004. Cuando llegué mi familia en pleno se reunió para recibirme, muchos lloraron. No era para menos: los médicos en Venezuela habían pronosticado que yo iba a regresar de Cuba en un cajón. Mi esposa también fue curaba del hombro y movía el brazo perfectamente; para ella el pronóstico era que no iba a poder levantar completamente el brazo, y la verdad es que lo levanta más de lo que yo quisiera.
Desde entonces vengo una vez al año a La Habana, para el control del cáncer y otras dolencias. Ahora mismo me acaban de evaluar; me acaban de decir que no tengo ya rastros del cáncer. Mi agradecimiento especial es con los oncólogos que me han tratado: Rubén, Haydée, Camilo.
Luego me han tratado la diabetes; estaba tomando un medicamento que me bajaba demasiado el azúcar y tuve que suspenderlo aquí. Me han tratado problemas que tengo en los riñones, una hernia discal (tengo siete hernias en la columna). El médico me dijo que en lugar de operármelas me hiciera rehabilitación, que esto daba buen resultado.
Tengo una dieta especial. En el hotel El Viejo y El Mar es fácil seguir este régimen alimenticio, ya que la comida es de buena calidad y el trato personal es todavía mejor.

Pedro Delgado Romero: “O” Negativo; mente positiva

Vivo en Ruperto Lugo, en Catia. Era octubre del año 2001 y yo trabajaba en una tienda de La Yaguara, en horario nocturno. Una noche me llamaron porque la mujer que era mi esposa en ese entonces, que es diabética, tuvo una crisis y debieron hospitalizarla. A las 10 de la noche me fui para el hospital Vargas; ya mi mamá había llegado al hospital. Estuve hasta las 2 de la madrugada acompañándola. A esa hora me dijeron que me fuera a descansar, que mi mamá se ocuparía esa noche y yo lo haría después, el fin de semana, que ella la cuidaba y yo me ocupara todo el fin de semana. Después de mucho caminar conseguí un taxi que me llevara hasta mi casa, a las 3:30 de la madrugada; tuve suerte, porque es muy difícil que a esa hora los taxistas lleven gente para la zona donde vivo. Era el 28 de octubre.
Llegué al edificio, me bajé del taxi y esperé un momento a que se fuera el taxista. De pronto salió un tipo de atrás de un carro con una pistola y me encañonó. Empezó a preguntarme por una persona que vivía en el barrio. Le expliqué que no sabría decirle dónde estaba ese hombre que él estaba buscando, que yo venía del hospital porque mi mujer estaba hospitalizada. El hombre me dijo: “Bueno, vete antes que me arrepienta”. Yo caminé rápido hacia la entrada del edificio, y cuando voy a entrar oigo que el otro me dice allá atrás: “Mira, ¿sabes qué?, me arrepentí”. Y escucho tres disparos. Uno me dio en la nalga, otro más arriba en la espalda, y uno en la pierna. Una de esas balas me rozó un testículo. El pistolero se montó en un carro que lo esperaba y se fue.

La doctora sabia

Un muchacho que vivía por ahí en la calle me auxilió y llamó a la gente del edificio. Los vecinos bajaron y al verme herido me llevaron al Hospital Periférico de Catia.
Apenas me vio, una doctora, sin tocarme ni mirarme de cerca siquiera, me dijo: “Hay que amputarte la pierna”. Entonces me puse nervioso y violento. Le dije que no me tocara, que no iba a permitir que ella me atendiera. Menos mal que había llegado consciente al hospital, porque si no hubieran hecho cualquier cosa conmigo. Un camillero quiso agarrarme para que me dejara atender y tuve que conectarlo. La situación se estaba poniendo muy tensa; allá afuera estaban esperando unas 15 personas del edificio, vecinos solidarios que fueron a acompañarme en varios carros.
Me dejaron solo un rato, hasta que otro de los médicos de guardia se acercó con otra actitud, me preguntó si estaba dispuesto a conversar y a oír su explicación, y le dije que sí. Me explicó entonces que tenía una lesión vascular, y que en ese hospital no tenían el equipo para atender ese tipo de casos. Me dijo que si yo le permitía me iba a estabilizar, que estaba perdiendo mucha sangre y podía morir. Sospechaba que era una lesión en la femoral. En efecto, el tiro de la pierna fue el que más me afectó, porque perforó el fémur y el hueso astillado lesionó la femoral y el nervio ciático. Ya tenía la pierna morada e hinchada; acepté que el médico me atendiera pero exigí que la otra doctora no se me acercara. Esa tipa dio un diagnóstico y me quería amputar la pierna viéndome como a cinco metros, ni medio minuto antes de llegar; ni que fuera José Gregorio Hernández.

O Negativo

Me remitieron entonces al hospital Pérez Carreño; allí llegué a las 7 de la mañana. Me operaron 12 horas después, a las 7 de la noche. Me hicieron una reconstrucción de la arteria, me pusieron una prótesis vascular. La operación duró unas 4 horas y media. Me subieron a Trauma 3, en el piso 7, y allí estuve seis meses hospitalizado.
Pasaron varias cosas para que estuviera tanto tiempo ahí. Una fue un paro de médicos y no operaban a nadie durante el paro (sólo atendían emergencias graves). Yo estaba en la lista de espera para que me pusieran un tutor externo para reconstruirme el fémur. Otra es que yo soy sangre O Negativo y es difícil encontrar donantes de ese tipo de sangre. Nos explicaron que de cada 100 personas diez tienen sangre O Negativo, y de esas diez hay cinco que han sufrido enfermedades contagiosas y no están en condiciones de donar.
Un día que por fin parecía que me iban a operar, un médico amigo de mi papá consiguió dos bolsas de sangre de mi tipo en un hospital de Los Teques, y fue hasta allá a buscarla. Mi papá regresó; ya yo estaba en quirófano. Cuando ya iba a comenzar la operación ingresó un tipo que también era O Negativo con un tiro en la cabeza, y como se trataba de una emergencia tuvieron que ponerle las dos bolsas de sangre a él; el hombre murió en la operación. Así que me echaron para atrás otra vez. Volver a conseguir la sangre tardó diez días más.
Salí de ese hospital el 7 de marzo de 2002.

Las normas y la costumbre

En el año 2006 me enteré por una amistad de que existía el convenio con los cubanos. Introduje los papeles en Miraflores y en 2007 vine por primera vez a La Habana.
La primera vez me hicieron una artrodesis, una operación en el tobillo para liberármelo porque lo tenía rígido. En otros viajes (vine otra vez en 2008, 2009 y 2011) también me curaron el testículo que recibió el golpe y se me estaba formando allí un quiste; me han hecho rehabilitación. La lesión del nervio ciático es irreversible; podré caminar pero con bastón, nunca quedaré como antes.
Antes de venir la gente me decía que esto no servía, que en Cuba nada funcionaba y que era una mala decisión venirme a tratar aquí. Pero me arriesgué a verificar para ver yo con mis ojos si era verdad o mentira lo que decían.
De la atención en Cuba no puedo decir otra cosa sino que estoy muy agradecido. A veces a uno le cuesta adaptarse cuando pasa mucho tiempo aquí, porque uno está acostumbrado a otra forma de vida, a uno le cuesta adaptarse a las normas estrictas. Uno además tiene los amigos en Caracas y a veces hace falta estar allá. Pero la atención es de calidad. Tendré que venir varias veces más, y lo haré confiado porque sé que estaré en buenas manos.

César Belandria: Vivir de pie

Paciente: César Belandria. Testimonio de su madre, Carmen Pérez

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Mi hijo César Belandria y yo vivimos en San Félix, estado Bolívar. Él nació en 1998. Soy promotora de salud y su padre es electricista. Él nació con un mielimeningocele. La dolencia consiste en que las vértebras de la columna no cierran como deberían y el líquido cefalorraquídeo se queda estancado allí, formando un abultamiento en la columna. César no tenía movilidad de la cintura para abajo. La dolencia se la detectaron al nacer, cuando me hicieron la cesárea.
Al mes y medio de nacido lo operaron para tratar de corregirle el problema. El médico me dijo que la lesión era muy severa, que el niño difícilmente podría llegar a sentarse, mucho menos a caminar.
En efecto, los primeros años de su vida César tenía que ir gateando a la escuela. Sus compañeros lo miraban con curiosidad, y cuando estaba muy pequeño le preguntaban por qué gateaba. Por fortuna César siempre fue muy maduro y tenía paciencia para explicarles lo que le pasaba. Una vez en preescolar él le dijo a la maestra que les explicara a sus compañeros por qué él tenía que usar pañales; la maestra le dijo: “Explícaselo tú mismo”; él y él se lo explicó a todo el salón. Ahora acaba de culminar el séptimo grado, acaba de pasar a octavo (año 2012).

La odisea

Yo hice todo lo que me recomendaron: que fuera al Ortopédico Infantil, a hacer rehabilitación. Cuando cumplió seis años me enteré de que se había firmado el Convenio Cuba-Venezuela, y comencé a ir a Miraflores. Todos los meses iba con mi cuento, “Yo soy del estado Bolívar y tengo un hijo en estas condiciones”. Hasta que me llamaron y el 8 de diciembre de 2004 hicimos el primer viaje a La Habana.
Lo atendió el doctor Amado, de Neurología. Desde el primer día me dijo: “Los niños que sufren la patología que tiene tu hijo, de cada 100 hay uno que logra caminar. Si estás dispuesta a quedarte acá el tiempo que sea, intentemos que sea él ese ‘uno’ que lo logre”.
Me dijeron que había que liberarle la médula porque la tenía pisada, por eso no sentía nada de la cintura para abajo. Me dio plena confianza, todas las semanas me decía que todo iba a salir bien.
El 10 de noviembre de ese año le realizaron la operación; seis horas estuvo César en el quirófano. Al salir el médico me dijo que todo había salido bien, y me confesó algo que no me había revelado antes: que era una operación de altísimo riesgo, muy delicada porque cualquier error o falo de cálculo le podía lesionar la médula de manera irreversible.
Una semana después le colocaron una válvula, porque al operarle el mielo el líquido cefalorraquídeo no tenía para dónde salir y podía devolvérsele a la cabeza; por eso es que a los niños les da hidrocefalia, porque no drenan ese líquido y se les aprisiona en el cráneo. El líquido normalmente circula entre el cerebro y la médula espinal y se va para el torrente sanguíneo. Le colocaron entonces una válvula que va del cerebro a la vejiga. La manguera por donde drena se le ve en el cuello, debajo de la piel. Cuando los niños le preguntan qué es eso él les dice que es una vena.

La sorpresa

Luego de la operación estuvo seis meses acostado bocabajo. Fue una época terrible; él se cansaba en esa posición, así tenía que comer y hacerlo todo. Esos seis meses los pasamos en Cuba.
A los dos meses de la operación César comenzó a decir que sentía algo en los pies. El doctor no le creía. Le dijo: “Óyeme, ¿tú no me estarás fregando?”. César insistía muerto de la risa en que sentía algo en los pies. El médico le hizo entonces una prueba. Le cubrió los ojos y comenzó a apretarle, a puyarle los dedos de los pies; le preguntaba cada vez “Qué sientes”, y César respondía “Me está tocando el meñique, el dedo gordo”. Y el doctor quedó sorprendido.
Después de la evaluación le dijeron que su movilidad iba a mejorar en 90 por ciento. Imagínese la alegría para nosotros: de pasar la vida pensando que la recuperación iba ser de cero por ciento pasamos a 90.
A los seis meses lo mandaron a Venezuela para que pasara en la casa el proceso de rehabilitación. No lo enviaron antes porque el muchacho es muy inquieto y preferían tenerlo aquí para vigilarle el reposo. Me dijeron que al regresar íbamos a tratar de que se levantara con aparatos largos (muletas). El doctor me dio su correo y me dijo que le escribiera para que le contara cómo iba la recuperación. Le escribí nada más la primera semana porque yo casi nunca usaba el correo, no tenía internet en mi casa. Igual yo pensé que una gente tan ocupada como esos doctores qué iban a estar pendientes de uno. Como al mes y medio voy a revisar el correo y me encuentro con que el médico me había escrito cinco veces; me dio mucha pena con él. Estaba de verdad interesado por el progreso de César. Le conté que se estaba parando y él se alarmó.
A los nueve meses (diciembre 2005) ya César se paraba, aguantándose. Cuando llegamos a ver al médico César se paró de la silla de ruedas y el doctor lo abrazó y lo levantó, y nos dijo: “Estos son los casos que hacen que haya valido la pena estudiar Medicina”. Eso me partió el alma, fue muy emocionante.
Empezó entonces el chequeo, la rehabilitación. Me dijo que había que operarle los pies, porque aunque las piernas estaban fuertes todavía los pies no estaban listos para aguantar su peso. Él caminaba pero todavía con problemas. Ahorita (mayo 2012) tiene puestos aparatos en los tobillos, que lo ayudan a mantener rígidos los tobillos.
Había otros problemas que había que tratarle. Como no tenía ningún control de la cintura hacia abajo había que lograr que controlara sus esfínteres; lo logró muy rápido para controlar la defecación, pero como la vejiga es un músculo y él no lo había ejercitado nunca tenía vejiga neurogénica; parecía una uva pasa y el músculo estaba flácido.
Regresamos para la rehabilitación y tratamiento de la vejiga en 2006; en 2007 ya recuperó el tamaño y las funciones normales, y ahora está en tratamiento para que pueda controlarla. En septiembre de 2010 le operaron los pies. Le pusieron unos tornillos para fijarle los tobillos; se le enderezaron los pies, todavía no los tiene completamente en forma, pero ya puede pararse y hasta caminar. Estas última fase es de rehabilitación. Ya camina con bastones.
La mielomeningocele ya es un caso cerrado, ya no tiene ese problema.
Cuando sea grande, quiere ser médico. Nos hemos fijado que los estudiantes de Medicina ven prácticas en los consultorios de los doctores, con casos reales. Es parte del Convenio Cuba-Venezuela.
Hay pacientes que no cree en el Convenio, porque a veces tardan mucho en llamarlos. Cuando me encuentro a esos pacientes les cuento la experiencia de mi hijo, una experiencia tan hermosa. De decirme en Venezuela que no iba a caminar, hasta llegar a este punto, y con la esperanza de que va a caminar mejor todavía, cualquiera se siente animado a darle esperanzas a los demás. Yo misma me he encargado de casos que han traído pacientes para acá; les llevo los informes, le doy charlas a la gente. Me he convertido en una activadora del Convenio.

Luis Gerardo Áñez. Calidad humana y profesional

Paciente: Luis Gerardo Áñez. Testimonio de su madre, Militza García

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Yo tuve un embarazo normal, todo venía desarrollándose sin problemas hasta que tenía ocho meses de gestación. Entonces comencé a sentir molestias y todo indicaba que tenía que dar a luz, pero el médico que me atendió, en una clínica de Valencia, decidió que esperara las 40 semanas completas. El niño nació con la cabeza morada, como si le hubieran dado un golpe; se le diagnosticó lo que se llama sufrimiento fetal. Al niño no le llegó suficiente oxígeno al cerebro durante ese tiempo.Pasó sus primeros años de vida muy deteriorado y con problemas motores; le daban hasta 100 crisis o convulsiones en un día. A los cinco años dejó de hablar y de entender lo que le decíamos; fue un momento muy triste para la familia.
En el Hospital Militar de Caracas le colocaron un estimulador del nervio Vago, que es un aparato que envía una onda al cerebro y permite que se oxigene. Esto redujo las crisis a seis ó siete en seis meses. Las convulsiones le torcieron los pies y se los dejó inoperativos, así que no podía caminar. En una clínica de Valencia nos dijeron que podían operarlo por 26 mil bolívares. Ya para esta época habíamos solicitado ayuda al Convenio Cuba-Venezuela; el 7 de enero de 2011 nos trajeron por primera vez a La Habana.
Luis Gerardo tenía 12 años; cumplió los 13 estando aquí. Cuando regresó a Venezuela, en noviembre de ese año, su papá lloró en el aeropuerto al verlo ir caminando hacia él. En ese primer viaje le operaron un pie; dentro de poco le operan el otro pie y caminará mejor.
Le empezaron a hacer y le siguen haciendo terapia del lenguaje y logopedia, y ya está empezando a hablar. Él no masticaba ni tomaba líquidos en envases y ya lo hace. Todo eso lo ha aprendido entre los 13 y los 14 años.
Estoy muy agradecida con la calidad humana y profesional de los médicos que lo han atendido: Los doctores Noel, Cuco y Alberto, de Ortopedia; el doctor Marrero, de Neurología; las doctoras Josefina y Melba, de Pediatría.

José Luis Meneses: "Por no tener plata iba a perder el brazo"

El accidente fue el 26 de marzo de 2011, como a las 8 de la noche. Estábamos en una fiesta en Santa Lucía y mi esposa y yo fuimos en la moto a comprar una botella de ron para continuar la fiesta. A mitad del camino perdí el control de la moto, me salí de la carretera y caímos a varios metros de la vía, en medio del monte. No había luz en ese tramo; iba a ser difícil que nos vieran. Al rato los amigos que estaban en la fiesta empezaron a extrañarse porque no aparecíamos y fueron a buscarnos; nos encontraron ya en la madrugada. Yo tenía el brazo fracturado y no lo podía mover; mi compañera tenía golpes en la cara.
Nos llevaron de urgencia para un CDI, y de allí nos trasladaron para Caracas, a ella para el hospital Pérez de León de Petare y a mí para el Pérez Carreño. Ahí había una cantidad de gente esperando para operarse por varias semanas, pero como lo mío era una emergencia me operaron primero y todos esos tipos empezaron a protestar porque yo acababa de llegar. Había gente esperando desde hacía meses, a otros ni siquiera le habían dado cama. Pero entré y me operaron la muñeca, que estaba dislocada; al día siguiente el jefe del Servicio se dio cuenta de que había otro problema, y era del plexo, porque no había movilidad en el brazo, no tenía sensibilidad.
Después de realizarme varios estudios descubrieron que el problema era que se había desprendido la raíz del nervio. Cuando se dieron cuenta de eso los tres especialistas dijeron que no podían hacer nada, que lo mejor era amputarme el brazo. No se sentían capaces de realizar esa operación.
Me mandaron a hacer terapia a ver si podía recuperar la movilidad del brazo, pero no lograba ningún avance.
Un día conocí a una doctora llamada Magaly Torrealba, que me dijo que sí podía operarme, en la clínica donde trabajaba, clínica y que eso me costaría entre 40 y 60 mil bolívares sólo la primera operación (debían ser varias). Conozco a un paciente aquí en La Habana que tiene la misma lesión que yo y lo han operado tres veces.
Duré casi un año sin poder mover el brazo. Mi mamá mandaba mensajes a la cuenta de twitter del Presidente (@chavezcandanga), hasta que un día me llamaron. Los cubanos me dijeron que sí pueden operarme. Que no quedará exactamente igual a como estaba antes, pero que sí voy a poder mover el brazo.
Después que fui a Miraflores esperé otros tres meses a que volvieran a llamarme, y me vine para Cuba; llegué el 2 de marzo de 2012. El 23 de mayo me operaron, después que me hicieron todos los estudios y estuve haciendo terapia preoperatoria. Me operó el doctor Rubén Beltrán, en el hospital Hermanos Ameijeiras. Me colocaron un alambre que me lo quitará después de un mes y me colocarán un aeroplano (un implemento que me mantiene el brazo levantado hasta la altura del pecho).
Desde la gente que limpia hasta los médicos que operan, Cuba es lo mejor que hay, lo mejor que me ha podido pasar. Si me hubiera quedado en Venezuela, como no tenía real, hubiera perdido el brazo.