3/12/12

Ana Amarilis Labrador y María Margarita Bravo Labrador: Pacientes compañeras

Me llamo Ana Labrador. Nací el 17 de diciembre de 1983. Mi hermana, María Margarita Bravo Labrador, nació el 29 de abril de 1986. Siempre tuvimos buenas relaciones, pero lo que nos unió más fue lo que le pasó a ella y el viaje que hicimos juntas a Cuba.
En julio de 2008 Margarita tenía un año de graduada como TSU en Enfermería y trabajaba como contratada en el Hospital Central de Maracay. Una mañana que le tocaba hacer guardia iba a ingresar un paciente en quirófano; era un muchacho de 19 años y 230 kilos de peso. Mi hermana estaba al lado del joven, asistiéndolo, cuando de pronto la camilla se partió y el paciente le cayó encima. El accidente le causó un traumatismo raquídeo medular, un daño casi siempre irreversible.
Cuando sus compañeros le quitaron al paciente de encima ella se levantó por sus propios medios, caminó unos pocos pasos y comenzó a sentir un calor anormal desde la espalda hasta las piernas, y a los tres metros ya no pudo sostenerse más. La atendieron de inmediato, no sentía las piernas y no podía sentarse ni moverse. Le hicieron los exámenes de rigor y le informaron que no iba a poder caminar más; que posiblemente con terapia podría recuperar algo de movilidad.

La tempestad

En cuestión de días le cambió la vida, empezando por su situación laboral: del hospital la despidieron sin siquiera indemnizarla por los daños. Con el tiempo hubo una reconsideración del asunto y le hicieron un contrato en condición de reposo. Margarita comenzó a desplazarse en una silla de ruedas.
Comenzamos a buscar el mejor sitio para hacerse las terapias de rehabilitación, y decidimos acudir al Hospital del Mar (hoy llamado Centro Hidrológico Bolivariano), en Ocumare de la Costa. Allí estuvo tratándose durante tres meses. En eso estábamos cuando comenzaron las lluvias fuertes y se produjo una vaguada que incomunicó esa zona con el resto del país. Las inundaciones y la catástrofe nos sorprendieron en el segundo piso de una posada llena de pacientes; desde allí vimos espantadas como el agua lo arrastraba todo en el pueblo, a mucha gente montada en los techos de las casas. Mi hermana sufrió una descompensación; salimos de ahí en un helicóptero de la Fuerza Armada, de los muchos que habilitaron para evacuar a los pacientes. El helicóptero nos llevó a Maracay.
Aunque ese hospital de Ocumare fue recuperado poco después decidimos no volver allá, por el susto que pasamos ahí. En octubre de 2009 Margarita regresó al Hospital Central de Maracay, esta vez para operarse; nos habían asegurado que podía mejorar su movilidad, pero su situación más bien empeoró: ahora no podía subir los brazos y cada vez podía hacer menos cosas por sí misma. Perdió fuerza en el tronco, en el cuello. En agosto de 2010 nos movimos para agilizar los trámites en el Convenio Cuba-Venezuela. Logramos que el Coordinador en Aragua se sensibilizara con el caso; en septiembre de ese año nos llamaron, y fijaron la fecha de viaje para el 5 de noviembre. Fue una hermosa noticia; decidimos que yo sería la acompañante de mi hermana.

Caso único

En La Habana la atendieron inmediatamente, apenas llegó al Centro Internacional de Salud La Pradera. Los médicos dijeron que el de ella era un caso único: todas las lesiones de columna y médula que habían atendido habían sido por accidentes, disparos y malformaciones congénitas, pero era la primera vez que sabían de un accidente laboral de este tipo en un quirófano. La pusieron a hacer fisioterapia para rehabilitación; en poco tiempo recuperó la fuerza en los brazos, andaba a toda carrera en la silla de ruedas, hacía “caballito” con otros pacientes. Luego comenzaron a prepararla para que pudiera pararse con órtesis, un aparato que, en efecto, la ayudó mucho. Para nuestra felicidad, en cuatro meses ya se apoyaba con la órtesis y con bastones canadienses; no necesitó apoyarse en andadera.
Al regresar de Cuba, en abril de 2011, la familia nos recibió con una gran alegría; todos estamos agradecidos con el Convenio y los comandantes.

La paciente acompañante

Sucedió que en el mes de diciembre, mientras Margarita se recuperaba, yo comencé a sentirme mal con el clima frío de esa época en la isla. Tenía un malestar permanente que me parecía gripe o alergia, pero yo sabía que había algo más, porque sentía algo desagradable dentro de la nariz. Tras unos análisis se determinó que padecía de rino-sinusitis crónica. Era una dolencia que tenía desde hacía tiempo pero no lo supe sino hasta ese momento. Me dijeron que debía operarme; no lo hicimos porque mi hermana se encontraba en ese estado crítico y me necesitaba como acompañante. No podíamos estar las dos operadas allá.
Al regreso fui a un otorrinolaringólogo en una clínica de Maracay, con las TAC (Tomografías axiales computarizadas) que me habían hecho en Cuba. El médico las recibió con desprecio: “Tiene que hacerse unos estudios serios aquí. O ir a que la operen los cubanos. Aquí no aceptamos esos exámenes, no son confiables”. Nunca he entendido esa discriminación de los médicos venezolanos hacia sus colegas cubanos. Los tratan como si no fueran médicos también, sin ningún respeto. Decidí entonces mantenerme con el tratamiento que me dieron en Cuba, y que sólo era para aliviar los síntomas.
En el mes de diciembre de 2011 volví a La Habana, pero no como paciente sino otra vez como acompañante. Sucede que en el primer viaje inicié una relación sentimental con un paciente. Este compañero debía volver y yo lo acompañé. Como él debía operarse la rodilla tampoco pude operarme yo esa vez. Seguí entonces esperando mi oportunidad.

Como pez en el agua

En este momento Margarita es bastante independiente, va sola a cualquier sitio. Anda en silla de ruedas pero también camina ayudada por los bastones y aparatos. Está estudiando para alcanzar su profesionalización en Enfermería, en el núcleo de la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos (UNERG) en Maracay.
También practica natación en el Instituto Regional de Deportes de Aragua (IRDA) y ya ha ganado competencias. Ella tiene movilidad y sensibilidad en las piernas de la rodilla hacia abajo. Nada buenísimo. Y prefiere que sea yo quien cuente su historia.

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