3/12/12

Richard José Pérez: Historia 299

El domingo 15 de abril de 1999 se estaba realizando la consulta o referéndum para aprobar la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y era el día final de la Semana Santa. Ese día que cambiaba la vida del país me cambió a mí también como persona. Tenía entonces 25 años de edad.
Yo trabajaba como Jefe de Almacén de una distribuidora de alimentos, estudiaba Informática en el Instituto Universitario Fermín Toro y vivía en la Urbanización Araure, en Fundabarrios. En la tarde salí a buscar una yuca para sancochar, había gente en la casa y queríamos preparar algo. Pasé frente a la casa de un hombre que tenía conmigo una molestia personal por una historia falsa, inventada: alguien le dijo que yo estaba saliendo con su mujer y él decidió creer ese cuento.
Cuando regresé con la yuca el hombre me estaba esperando frente a su casa; salió a la calle con una escopeta en las manos, se me acercó, me apuntó y se me puso enfrente. Empezamos a discutir, me reclamaba ese asunto en el que yo no tenía nada que ver. Me decía que se la debía, yo le respondía que no le debía nada, que no creyera en esas historias. Hasta que me disparó; el impacto me dio de lleno en la cara. Los vecinos salieron, me auxiliaron, consiguieron un carro y me llevaron al hospital de Acarigua.
Al momento no perdí el conocimiento, sabía lo que estaba pasando. En el hospital de Acarigua no hicieron mayor cosa, entonces me trasladaron a Barquisimeto; en el camino a Barquisimeto perdí el conocimiento. Cuando desperté me preguntaron si sabía lo que estaba pasando y respondí: “Sí, ayer me dieron un tiro”.
Mi hermano me dijo que no había sido el día anterior: el tiro me lo habían dado hacía casi tres semanas. Había estado en coma por 20 días.

La prueba de lucidez

El escopetazo me ocasionó deformidad maxilofacial completa del lado izquierdo. Perdí o se vieron afectados cuatro sentidos: perdí un ojo, parte de la nariz (no tengo olfato), perdí el gusto (luego lo recuperé), perdí el oído izquierdo; no volveré a oír de ese lado porque todos los huesos fueron demolidos por el impacto. Me quedaron bastantes perdigones dentro durante un tiempo. Algunos me los sacaron o fueron saliendo, y hay otros que ya no se pueden sacar. Llegué a tener perdigones a 5 milímetros de la masa encefálica; ahí están todavía, no me molestan ni me han afectado. El doctor que me operó en el hospital Central de Barquisimeto le dijo a mi familia que si sobrevivía podía quedar afectado mentalmente.
Cuando desperté me hicieron varias preguntas para evaluar cómo andaba la mente. Me preguntaron si reconocía a las personas que estaban a mi alrededor y le dije todos los nombres, uno a uno. Dijo el médico: “Si ustedes le pidieron a algún santo o le hicieron una promesa, pues vayan a pagarla, porque este muchacho sobrevivió y además no quedó loco”.
Esa primera operación fue nada más para salvarme la vida. Pero la herida quedó abierta y la piel hundida por la falta de los huesos de ese lado de la cara. No me la podían cerrar, porque estuve todo el tiempo botando perdigones y tenía muchos pedazos de hueso dispersos e incrustados. Me tenía que hacer curas diarias, por unos dos meses. Estuve tres meses en ese hospital.
Regresé en julio a Acarigua. Mi esposa se fue de la casa y me quedé con mi hija de un año.

La historia 299

Puesto en esa nueva situación decidí buscar soluciones a mi problema; tenía una hija que mantener y un rostro que reconstruir. Con mis compañeros del Fermín Toro decidimos hacer verbenas y buscar recursos de otras formas, pero las operaciones eran demasiado caras. Sólo el aparato que necesitaba para abrirme la boca (ya que padecía de anquilosis mandibular: la mandíbula inutilizada y sin poder moverse, tenía apenas un centímetro de apertura) costaba a principios del año 2000 7 millones de bolívares; el costo de la operación era aparte. Esa operación consistía en poner unos expansores en la boca para poco a poco ir graduando la apertura, hasta 45 milímetros.
Cuando tenía cierta cantidad de dinero fui a la Gobernación del estado Portuguesa con mi primo, que trabajaba allí, para solicitar los recursos que me faltaban. La gobernadora Antonia Muñoz en persona al verme en aquellas condiciones se interesó en mi caso y recordó que hacía muy poco tiempo los comandantes Chávez y Fidel habían formado un acuerdo en Barinas (noviembre 2000) para operar pacientes venezolanos en Cuba. Ella misma se comunicó para averiguar los requisitos; esto fue el 5 de diciembre. La respuesta que recibió emocionó a la gobernadora y a mi primo, pero a mí me desanimó mucho, porque yo había ido a buscar dinero y salí con las manos vacías, y con una promesa. Mi desánimo era porque uno venía de sufrir mucho con la vieja política y era así: te decían que esperaras, que te iban a ayudar, y después se olvidaban y no te ayudaban. Me fui a mi casa con la mente puesta en los próximos pasos para seguir buscando el dinero.
Como a la semana mi primo me va a buscar a la casa a las 5 de la mañana para ir a sacarme el pasaporte, porque ya casi estaba todo listo para mi traslado; ahí empecé a tener un poco más de fe en que las cosas de verdad estaban cambiando. El 18 de diciembre del año 2000 partí para Cuba.
Viajé en el tercer vuelo de pacientes venezolanos a La Habana. Mi Historia Médica es la número 299; actualmente hay más de 50 mil historias. Soy uno de los pacientes más antiguos del Convenio.

Las leyendas

Mucha gente me preguntaba en Acarigua qué iba a hacer yo para Cuba, que si estaba loco; me metían miedo con unas cuantas leyendas. Me decían que aquí lo ponían a uno a trabajar en las plantaciones de caña, que a las seis de la tarde había toque de queda, que nadie podía salir después de esa hora a la calle y el que era sorprendido se lo llevaban preso. La gente se acercaba, seguramente de buena fe, y me soltaba aquel poco de miedos que le metían a uno cuando estaban empezando las relaciones entre Cuba y Venezuela. Yo les respondía: “Bueno, qué más voy a hacer, allá es que me van a operar. Y si las cosas son así, pues yo no tengo nada que hacer en la calle, yo voy es a operarme”. Viajé solo; en los inicios del Convenio no se exigía que el paciente viajara con un acompañante. La gobernadora al enterarse dijo: “¿Solo? Ese muchacho va acompañado por un montón de vírgenes y santos”.
Me llevaron a La Pradera. En enero me hicieron los primeros exámenes y en febrero la primera operación, en el hospital Hermanos Ameijeiras: me abrieron la boca con el aparato, que Venezuela tuvo que comprar en Alemania. Me pusieron unos clavos en la mandíbula y con los expansores fueron abriendo la boca un poco cada día. Era muy doloroso, porque yo estuve más de un año con la boca cerrada y cada vez que me abrían un poco para graduar la apertura bucal era un dolor insoportable; recuerdo que uno de esos días le pedí al doctor que me dejara morir. Durante ese tiempo, 22 días con ese aparato puesto, me mojaban la boca con un algodón y la comida me la dejaban caer poco a poco en la boca. Luego me quitaron el aparato y me dieron de alta.
Me mandaron a La Pradera en marzo. El 11 de ese mes estuvieron los comandantes Chávez y Fidel visitando La Pradera y tuve oportunidad de saludarlos.
Luego los médicos se aplicaron a la conformación de la parte máxilo facial: poner el pómulo superior y una parte del pómulo inferior que faltaba, la base ocular que tampoco existía. Me hicieron un injerto de la calota, el hueso que cubre el cerebro; como ese hueso tiene una forma parecida a la del pómulo me injertaron parte de ese hueso.
A los ocho meses, ya en Venezuela, un día boté un tornillo por la nariz, se me fue hinchando la cara, se me abrió la operación y se me infectó; esto fue en el año 2002. Me mandaron otra vez a Cuba y me sacaron todo lo que me habían puesto; se perdió toda la operación que me habían hecho en el Ameijeiras. Me dejaron la operación abierta para drenar todo; me sacaron el resto de hueso que quedaba. La recuperación tardó 6 meses; la cara me quedó más hundida de lo que la tenía. En estas condiciones estuve entre 2003 y 2004. Me mandaron a Venezuela a esperar que se me fortalecieran los tejidos para proceder otra vez a reconstruir.
En 2005 regresé y me empezaron a operar en el hospital Camilo Cienfuegos. Esta vez optaron por hacer injertos de hidroxiapatita, que es un material que sustituye el tejido óseo. Es un líquido inyectable; con él hacen una pasta o arcilla, la moldean hasta que alcance la forma deseada, la colocan en su sitio y con el tiempo se convierte en un material similar al hueso.
El doctor Guerrero me dijo que esta vez iban a hacer la operación por partes. Primero me hicieron la cavidad orbital; después el pómulo; luego la parte detrás de la oreja, y así, cada tres o seis meses me fueron operando una parte a la vez.
Luego me han hecho injertos de la piel del brazo y la espalda para rellenar la boca por dentro y darle forma a las mejillas y al arco mandibular; una prótesis bucal que utilizo me levanta la parte de la dentadura, que también la perdí, le da altura al pómulo y así la cara me queda un poco más rellena.
La prótesis ocular que me colocaron me dejó muy satisfecho. Falta el ala nasal izquierda, que me la reconstruirán con un tejido de la oreja que tiene la misma forma de esa parte de la nariz.
Me han operado 13 veces, creo que me faltan tres operaciones más.

Algo sobre el futuro

Me mantengo políticamente activo en mi comunidad. Con un crédito pudimos comprar un terreno en Portuguesa y allí he desarrollado mi labor como productor cafetalero. Con interrupciones, porque mis viajes a Cuba no me han permitido estar más tiempo en el terreno. Tengo 15 mil matas de café sembradas en tres hectáreas.
También hago trabajo social. Siempre estoy haciendo proyectos para las comunidades, porque allá estamos practicando eso que llamamos socialismo. Yo les brindo a ellos el conocimiento que tengo en la elaboración de proyectos para solicitar créditos y ayudas, y ellos me retribuyen cuidándome y abonándome las matas, limpiándome el terreno.
Del hombre que me dio el tiro no supe nada más nunca. No vale la pena seguir pensando en ese problema. Tengo una hija de 14 años, tengo mi pareja, una casa, unas tierras, ya me he adaptado a vivir con mi aspecto y cada vez más me veo mejor. Es decir, la vida continúa.


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