3/12/12

Arnaldo Santander: "Una imagen neutralizadora"

Nací en Caracas en 1980 y vivo en Maracay, estado Aragua. A mis 32 años vine voluntariamente a Cuba a someterme a una terapia de desintoxicación de adicción a las drogas; soy consumidor de crack. Estoy en la droga desde los 15 años. Tengo 17 años con este problema, que me destruyó como ser humano y me impidió seguir viviendo con mi esposa y mis hijos.
Yo soy decorador profesional, soy socio de una empresa de decoración que se ha ganado un prestigio en Maracay y eso hizo que yo ganara mucho dinero. Yo me podía ganar 20 mil bolívares semanales y todo me lo consumía. En los últimos años me metía 300 y 500 bolívares en piedra todos los días. Cuando ya no tenía plata disponible vendía las cosas que tenía en la casa: la licuadora, la cocina, el equipo de sonido.
Una vez unos policías me agarraron en la calle con unas piedras de crack y me pidieron plata para soltarme. Les dije que lo único que tenía encima eran 10 bolívares, y me cayeron a coñazos. Me dijeron entonces que fuéramos a mi casa, que aceptaban que les diera un televisor, una cocina, un aparato de aire acondicionado. Les dije: “No, loco, si tú ves dónde duermo yo te pones a llorar”. Eso era en parte verdad y en parte mentira; yo en ese momento tenía en mi casa un televisor plasma de 42 pulgadas pero mi casa parecía la cueva de un indigente. Me dieron un cachazo en la cabeza, me quitaron las piedras y me fui con el coco partido.
Ese televisor, que me había costado 8 mil bolívares, yo lo vendí en 500 para comprar piedra. La operación fue rápida: en un carro vino una gente que se llevó el televisor y me entregó los 500; en otro carro que venía más atrás otra gente me entregó el crack y se llevó los 500 bolívares. Cuando uno hace eso viene el ratón moral. ¿Sabes la rabia que da al ver el espacio vacío donde estaba el tremendo televisor y saber que uno se fumó eso en unos minutos?
La casa parecía el propio antro. Yo no limpiaba, tenía una montaña de ropa sucia. Me arrodillaba a rogarle a Dios y le decía: “Na’ güevoná, Dios mío, yo me voy a morir en esta mierda; yo me llego a cortar aquí y voy a agarrar un tétano rapidito”. Yo me gano la vida como pintor pero la casa estaba con las paredes peladas, desconchadas, escupía donde fuera; me metía piedra a cualquier hora y en cualquier lugar, no me interesaba que me vieran mis hijos. Duraba días sin bañarme; hasta mi mamá me decía: “Arranca pa allá, hueles a mierda”.

“La vaina funciona”

Empecé a consumir droga a los 15 años; comencé con la marihuana. Yo andaba con un grupo de muchachos y antes de hacerme consumidor notaba que ellos, que sí se fumaban su monte, se cogían un poco de culos, mientras que yo no levantaba nada y me preguntaba: “Ah bueno, ¿y entonces? ¿Y yo?”.
Mire, esto es en serio: el día que decidí fumarme el primer tabaco ahí con los muchachos y al ratico tenía una jeva al lado. Pensé: “Mira pues: la vaina funciona”. Poco después me puse a consumir perico (cocaína), también por imitar a los muchachos que andaban conmigo, y siempre andábamos rodeados de ese poco de culos, mi hermano. Pasó mucho tiempo antes de que entendiera que esas mujeres estaban ahí porque sabían o creían que uno tenía plata, y entonces se acercaban pendientes de chulearte, de quitarte la droga o los reales. Más de una vez me pasó que me quedaba dormido y cuando me despertaba no tenía ni la plata ni la droga ni la mujer ni nada.
Me separé de ese grupo y me fui al grupo Los Comegatos, que era una banda de rockeros; yo tocaba batería y guitarra. Todos los jueves nos reuníamos en la Casa de la Cultura de Maracay. El único que consumía drogas de ese grupo musical era yo, que además era el más viejo, pero en ese lugar se reunía mucha gente de todas partes. En esa época, año 2000, una botella de ron Indio Maracay costaba 300 bolos; yo me llevaba 15 mil bolos, una botella de whisky y un poco de mariguana. Cuando no tenía plata hacía varias pencas y las vendía a 500 bolívares. Ese poco de muchachos tenían que reunir de a un bolívar cada uno para comprar una penca y fumársela entre 50; a mí eso más bien me sobraba. Y me sobraban los culos; yo era rey en ese momento y en ese lugar. Y creía que era feliz.

Simpatía por el Diablo

De repente algunos de aquellos muchachos empezaron a decir que eran satánicos, que tenían que matar gente para hacerle ofrendas a Satanás, y yo me empecé a alejar del grupo. Tuve algunas discusiones con ellos, porque decían que quien quería tenerlo todo tenía que entregarle el primogénito en ofrenda a Satanás. Más de uno pensaría que eso era así de fácil: le entrego el muchacho al diablo y al ratico voy y le hago otro a la jeva y listo. Yo les decía: “¿Qué ofrenda tienes que hacer tú, si eres un pobre pelabolas? Satanás no te ha dado un coño, ¿qué sacrificio tienes que estarle haciendo tú?”.
Entonces apareció una mujer que desde que la vi me enamoré; se llama Bárbara. Esa mujer con el tiempo fue mi esposa. A ella tampoco le gustaba esa movida que se estaba formando. Un compadre mío (yo fui padrino de su boda) apareció un día picado en pedacitos; yo nunca supe quién había sido pero empezaron a salir cosas en el periódico sobre una secta satánica, así que me entregué a mi mujer y ya no volví a ver más a esa gente.
Con mi esposa tuve tres hijos y vivíamos bien, levantando la familia y con el sueldo que yo tenía. Pero a mí me agarró la adicción a la piedra y en el año 2010 tuvimos que separarnos. Yo la maltrataba, no física pero sí sicológicamente. Dejamos de vivir juntos pero siempre estuve pendiente de mis hijos; nos veíamos siempre, todos los días. Yo le agradezco que siempre me haya dejado ver a mis hijos, nunca perdimos contacto. Pero no podíamos convivir en el mismo espacio.

La Villa

Antes de eso, en el año 2008, ya había decidido someterme a una terapia de desintoxicación para hacer algo con mi vicio. Me puse de acuerdo con mi mamá y me llevó a un centro de rehabilitación llamado Acreara, que queda en Villa de Cura. Ese centro pertenece a la iglesia evangélica Gilgal.
La entrada era una vaina bien bonita, el piso era de grama; había unas palmeras. Nos recibieron en una oficina, no lujosa pero sí presentable. Nos dijeron que allí se estudiaba la palabra del Señor y que la gente tenía comodidades; la cuota para recluirme ahí era de dos mil bolívares mensuales. Tuve además que hacer una inversión en franelas, pantalones cortos y artículos de limpieza que me pidieron.
Mi mamá se fue de ahí ilusionada satisfecha y yo me quedé dispuesto a hacer algo útil con mi vida. Al irse mi mamá me dijeron “Acompáñeme” y me metieron por unos corredores. Cuando salí del otro lado vi la verdadera cara del Centro.
Aquello era un lugar lleno de mosquitos, gusanos, cucarachas; un poco de gente echada en el piso como si estuviera en la cárcel de Tocorón, y ahí en unas colchonetas tiradas en el piso, como unos perros, teníamos que dormir. Detrás del centro de rehabilitación había una cochinera, y del otro lado un ancianato. Unos jodedores del Centro decían que a esos pobres señores abandonados por sus familias uno los miraba con atención y parecía que flotaban; era que las moscas los estaban levantando para llevárselos.
A mediodía entré a la cocina para ver cómo era y me recibieron como un millón de moscas de todos los colores. Había un tipo que cocinaba como para 50 personas; tenía las uñas como si hubiera metido las manos en una bolsa llena de carbones. Lo vi partiendo 20 huevos para hacer un perico, así con aquella tranquilidad, con esas uñas asquerosas. Allá afuera todo el mundo decía que ese perico estaba sabroso, porque no habían visto quién lo preparaba; pero yo sí vi la vaina y no quise comer.
El agua para tomar estaba en un cuñete de pintura que había dentro de la nevera. Había que sacar el agua con una taza y todo el mundo metía las manos ahí, pero si tenías sed tenías que tomártela.
Todos esos carajos estaban era pendientes de quitarte tus pertenencias. Cuando llegué con mi bolso a sacar las cosas que había comprado para meterlas en un armario sin llave que estaba ahí un poco de tipos me estaban viendo. No aguanté más y les dije: “Mire mi pana, les voy a decir una vaina: aquí todos somos malandros. Si a mí se me pierde algo prepárense, porque a todos ustedes también se les van a empezar a perder las cosas que tengan”. Eso era como una cárcel pero sin rejas.
Esos carajos se la pasaban leyendo la biblia y decían que eran cristianos, pero no compartían la palabra con nadie. Lo que decían era mentira; se notaba que estaban ahí camuflándose, tapándose las fallas.
A la mañana siguiente me fui de ese lugar. Tuve que pedir cola para llegar a Maracay; nadie quería dejarme montar en los autobuses ni en los taxis por mi aspecto, pero al final me llevaron. Cuando llegué a la casa mi mamá me dijo: “¡Muchacho!, llegaste primero que yo”.

La otra Villa

Pasé dos años difíciles, entregado a mi vicio y haciéndole la vida insoportable a mi familia, y entonces en 2010 mi esposa me dejó, se fue de la casa con los chamos. Fue cuando me hablaron del Convenio con Cuba, de los centros de rehabilitación que tenían los cubanos, y decidí meter ahí mis papeles y esperar. La espera fue de un año y medio. En ese tiempo me puse peor que nunca con el consumo, hasta que al fin un día me llamaron para que me presentara en Caracas.
El 20 de marzo de 2012 llegué a Cuba. Me llevaron a la clínica Villa Sol Elguea, en Villa Clara. Un lugar agradable, de lujo, donde nos daban todas las comidas. Está dividido en cabañas y hay una piscina. El personal médico nos trató muy bien, ahora sí sentí que había una sensibilidad y un trato humano por parte de la gente que me iba a ayudar con mi problema.
El control ahí era estricto. Al ingresar me ordenaron quitarme la ropa, agacharme y saltar como una rana; me revisaron los zapatos y toda la ropa hasta dentro de las costuras, una por una. Una vez mi papá fue a visitarme y también le aplicaron la misma revisión. En ese lugar permiten fumar cigarrillos normales, pero no dejan entrar otras cosas.
Cuando llegamos había tres pacientes recluidos; en ese vuelo llegamos siete más. Había entre todos unas muchachas que eran adictas a la heroína y consumidores de cocaína; el único piedrero era yo. Un mes después nos dijeron que era de los mejores grupos que se habían formado. Nos felicitaron por nuestro comportamiento.
Uno de los pacientes tenía 36 años, otro 34 y yo 32; éramos los mayores. Los otros eran muchachos muy jóvenes. No se les veía mucha actitud para lograr superar el vicio, los veía muy inmaduros. Estoy seguro de que es porque los padres tienen dinero, tienen comodidades, para esa gente siempre es más difícil hacer esfuerzos de voluntad. Cuando estás en esas condiciones no te interesa tu vida, porque nunca te la has ganado y puedes obtener dinero rápido y sin esfuerzo, con sólo pedírselo a tus padres.
El caso con esta enfermedad es que si de verdad la quieres superar haces todo lo que te indiquen que sea necesario. La mayoría de la gente que tiene vicios no le gusta reconocerlos; el que lo reconoce es el que lo supera. Esto no es un vicio, es una enfermedad grave, que nunca se cura, pero se puede controlar y superar a conciencia. Tener el control sobre tu enfermedad.
Pero si no quieres controlar tu problema, usas tu inteligencia y tu habilidad para buscar la forma de consumir droga sin que te descubran, aprendes a camuflar tu adicción. Eso no lo viví, pero he analizado a la gente y sé que así es: la gente que está acostumbrada a que la mantengan, cuando deja la droga es porque dejan de darle, y entonces ven eso como un castigo. Así que si mantienen el vicio oculto y no se dejan descubrir siempre van a tener con qué comprar y mantener el vicio.

La imagen neutralizadora

En las terapias nos animaron a encontrar una imagen neutralizadora, algo en lo que tú debes pensar cuando te entran ganas de consumir. Es un ejercicio importante; cuando el cuerpo te está pidiendo droga tú traes a la mente esa imagen y te ayuda a no caer. Mi imagen neutralizadora es el miedo a que mi familia muera calcinada en un incendio; uso esa imagen porque una vez casi me pasó.
En mi época de adicción fuerte yo vendí las dos bombonas de gas que tenía en mi casa y me las fumé; las vendí para comprar piedra. Bueno, una vez estaba haciendo una fiesta en mi casa, estaba preparando una parrilla, y estaba prendiendo la leña con gasolina. De pronto se me prendió el pote de gasolina que tenía en la mano, lo lancé y la casa empezó a coger candela. Mi esposa estaba en el cuarto durmiendo con mis hijos. Tuve que hacer magia para apagar el incendio; en esos días había llovido mucho y había barro por todas partes. Con esas pelotas de barro me fajé con la candela y logré apagarla. En la casa había como 30 personas, y ¿tú crees que alguno de esos hijos de puta se metió a ayudarme?
Cuando se me antoja agarrar la pipa para prenderla me viene a la mente esa imagen y el miedo me ayuda mucho a resistir. Ese es uno de los aprendizajes que obtuve en las terapias a que me sometieron.
Nos hicieron también terapia grupal, terapia individual, egoterapia, cultura física, terapia de relajación. Con la egoterapia uno demuestra el arte que uno lleva por dentro. Cada quien desarrollaba la forma expresiva que le provocaba: pintura, escultura, escritura. Yo hice esculturas con las latas de los refrescos y algunos dibujos. Nos proponían que plasmáramos ahí la forma en que veíamos nuestra vida en el futuro.
También nos pidieron que escribiéramos una biografía, un resumen de nuestra vida. Y me di cuenta mientras la escribía de que yo he pasado por cosas difíciles desde que vine al mundo. Cuando nací me detectaron meningitis aguda y me desahuciaron. Mi tía era directora de la maternidad; por órdenes de ella me hicieron transfusiones y me salvaron la vida.
A los 23 años tuve un accidente grave. Me caí de una mata de mamón, desde una altura de 8 metros y caí sentado; me fracturé la cadera y la muñeca izquierda. Estuve hospitalizado tres meses pero no me operaron, porque cuando me fueron a revisar el hueso se me había necrosado. El hueso me soldó bien; un poco desviado, pero puedo moverme. En algún momento voy a necesitar una prótesis de cadera, pero espero que eso sea cuando esté viejo. En ese momento la prótesis costaba 25 millones de bolívares.

Rumbo a la reconstrucción

Cuando estaba en el Centro en Villa Clara me hicieron varios análisis de laboratorio. Uno de ellos no salió muy bien; tuve que hacerme varios exámenes, todos los días me analizaban los esputos, porque sospechaban que podía tener tuberculosis. Diez de esos análisis salieron negativos y dos salieron positivos. Esa enfermedad también fue producto del consumo de piedra. Si me hubiera quedado en Venezuela nunca me hubiesen detectado ese mal y seguramente me habría muerto.
Me trasladaron a La Habana y me aislaron por tres semanas en una cabaña del hotel El Viejo y El Mar. No podía estar entre la gente; todos los días me llevaban la comida a la habitación y no podía salir de ahí. Desde el balcón de mi cabaña podía ver la piscina del hotel y el mar, y hablar de lejos con la gente, pero me tenían prohibido salir del cuarto.
Cuando cumplí ese período y todos los exámenes salieron negativos pude al fin salir. Este relato lo estoy contando el día 7 de junio, un día antes de regresar a Venezuela.
Regreso contento porque siento que he superado mi problema; estos tres meses de terapia de rehabilitación me hacen sentir seguro de que no voy a recaer en la droga. Mi esposa me llamó una vez estando en Villa Sol Elguea, y me dijo que si lograba mi cometido, si lograba vencer la adicción, iba a volver con los muchachos a vivir conmigo. Yo siento que ya lo logré, que sí pude.
A la gente de este convenio yo la felicito y le doy las gracias. Yo no creía en el Presidente de la República; la vez de la caída del árbol fui a pedir una prótesis allá en la Gobernación del estado y me la negaron. Esa vez me decepcioné mucho; pero ahora me doy cuenta de que a veces las cosas salen mal pero el Presidente Chávez en realidad sí ayuda a los pobres, ayuda a la gente; ahora sí estoy con él.
Aparte de la terapia me ayuda que yo tomé el camino y la palabra de mi señor Jesucristo. Mi gente se había separado de mí, pero ahora me doy cuenta de que no era para hacerme daño sino para que abriera los ojos. Quiero congregarme en mi iglesia y a eso me aferraré para no recaer en el vicio. Lo que estoy haciendo por mí lo hago además porque quiero recuperar a mi familia. Por ellos: mi esposa Bárbara, mis hijos Juan José, Barbie Stefany y Santiago Sebastián. A estas alturas siento que ya lo logré. Me voy a Maracay a reconstruir mi vida, todavía estoy joven para eso.

2 comentarios:

  1. Felicidades... Nunca es tarde cuando la dicha llega

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  2. hola
    antes que todos me gustaria preguntarte si habian cubanos ingresados en ese sitio?
    te pregunto por que yo tengo un familiar en cuba con ese mismo problema y estamos desperado por ingresarlo.

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