3/12/12

José Luis Flores Villegas: “El pronóstico era que yo regresaba de Cuba en un cajón”

Yo siempre he estado identificado con las luchas del pueblo venezolano. Nací el 9 de mayo de 1952; en los años 60, durante mi adolescencia, fui militante de la Juventud Comunista. Tengo testimonios directos de cómo a los militantes y guerrilleros los torturaban y los asesinaban, historias de camaradas a quienes amarraron de los testículos y los lanzaron desde un helicóptero. Fui testigo de unas cuantas atrocidades perpetradas por los cuerpos represivos. A los 17 años tuve que abandonar mi país por probemas políticos, huyéndole a un gobierno criminal. Estuve viviendo en Hungría durante 4 años. Allá me hice Ingeniero de Mantenimiento, pero como era un país comunista nunca me reconocieron en Venezuela el título.
Ahora acompaño esta parte del proceso que es el Gobierno Bolivariano, tal vez con algunas diferencias y divergencias con personas que están en el alto gobierno, pero considero que la Revolución es un tren: si tú aguantas en ese tren llegas hasta el final. Sobre este tren se van solucionando los problemas y contradicciones. Hay otros que se bajan del tren y quedan al margen. Considero que en Venezuela existe una democracia por primera vez en su historia. Mucha gente no ve eso y entonces abusa y comete injusticias y tonterías.

El “triboleao”

En 1990 comienzo a padecer de un pequeño tumor en la parte inguinal. A veces yo me ponía el pantalón y se me notaba el bulto en la entrepierna. A quien me preguntaba o me señalaba yo le decía que era un triboleao: era como un testículo más que me había nacido. Al principio creíamos que era un quiste de esos que en Venezuela llamamos “seca”, una simple pelota de grasa. Una vez me pararon sobre unas cenizas y me la picaron; me dijeron: “Ya no te va a hacer nada porque está ‘picada’”. Son formas que tiene la sabiduría popular de atacar ese tipo de casos.
En el año 92 una amiga mía, una médico oncóloga llamada Omaira Quintero, se fijó en esa protuberancia. Su esposo, Guillermo Piñeiro, que es traumatólogo, la emplazó para que me preguntara qué era eso que tenía allí y si me lo había revisado. Entre ambos me convencieron para que fuera a revisarme. Ellos mismos me hicieron la revisión y ella me preguntó su estaba dispuesto a operarme, porque eso pudiera ser un ganglio recrecido; “Ojalá no sea cancerígeno”, comentó. Mi mujer opinó que si eso podía operarse, que lo hiciéramos.
Al día siguiente me hice todos los exámenes y días después me operaron; me sacaron un tumor de la forma y el tamaño de un huevo de pavo. Yo era trabajador del Instituto Nacional de Cooperación Educativa (INCE), así que el seguro me los pagó.
Un viejo amigo mío, otro médico, de nombre Eleazar Gutiérrez, fue poco después a mi casa y me invitó a tomarme unos tragos. Le dije: “Pero estoy recién operado”, y él me respondió que si no estaba tomando antibióticos no había problema. Así que empezamos a tomarnos una botella de whisky en mi casa.
A mitad de la conversa el amigo empieza a hablarme del cáncer; en ese momento mi esposa se metió al cuarto y no volvió a salir. Me habló de las muchas formas que había de combatir ese mal, de las posibilidades de vida, de los avances médicos en la materia que había en ese momento. Es decir: me fue endulzando. Hasta que me dijo que el tumor que me habían sacado era cancerígeno; él y mi esposa se habían enterado del resultado de la biopsia y decidieron darme la noticia de manera que no me ocasionara un impacto muy fuerte. Y funcionó: cuando me dio esa información ya yo estaba preparado, ya había asimilado lo que me había dicho antes de la lucha contra el cáncer, así que lo acepté con relativa tranquilidad.

Botado por canceroso

Mi esposa me dijo que íbamos a hacer lo posible para salvarme. Lo primero que hizo el INCE fue negarme los recursos para hacerme la quimioterapia. Y luego me despidieron, porque tenía cáncer. Me quedé de pronto sin trabajo y sin seguro. La familia se reunió y decidió pagarme el tratamiento.
Nos dirigimos al Hospital de Clínicas Caracas. Un médico me dice que si decido ponerme en sus manos me puede curar el cáncer. Me hacen una cantidad de exámenes, y detecta que además soy diabético. Me informó el médico que primero había que tratarme la diabetes, y luego otra cantidad de dolencias que empezaron a aparecer, que no había sentido ni padecido nunca. Me dice que de todos esos males el que me podía matar era el estrés; que me tranquilizara, que él podía hacerme un tratamiento. Sería un tratamiento de unos diez años, y muy costoso.
La familia y los amigos me recomendaron que me hiciera la quimioterapia, que era lo mejor. Así que empiezo a hacerme la quimio; el costo del tratamiento en una clínica en el año 1993 era de unos 380 millones de bolívares, con la aplicación y todo. Al principio mis familiares pagaron el tratamiento, luego mi mujer logró obtener los medicamentos por el seguro. Pero la entrega de esos medicamentos era muy inconstante. Si uno no se hace una aplicación en el lapso indicado pierde todas las aplicaciones anteriores, como si nunca se las hubiera puesto.
En el año 94, ya con 7 quimios puestas, nos retrasamos en la aplicación de la octava, porque el medicamento era difícil de conseguir, y muy caro. Cuando por fin acudí a ponérmela el médico me dijo: “Lamentablemente ya no puedo garantizarte nada. No sé cuánto tiempo más podrás sobrevivir, pero yo calculo que pueden ser unos 17 meses”. Reaccioné con desesperación; mi hijo estaba muy pequeño y yo, en medio de mi depresión, decidí que tenía que luchar, tenía que ver crecer a mi chamo.

La familia

Mi amigo Eleazar, en Los Teques, comenzó a ayudarme sicológicamente, a aplicarme acupuntura. Me entregué a esas terapias, a tratar de internalizar la idea de que no estaba enfermo. Y así sobreviví unos cuantos años.
Hasta ese momento yo no había visto llegar tanta familia a mi casa. Después que vivíamos solos, más o menos aislados, mi casa pasó a ser el centro de reunión de toda mi familia. Hacían comidas, querían colaborar, se entregaron a mí. Tuve un apoyo familiar importante.
A falta de trabajo formal comencé a trabajar mecánica en el edificio donde vivía. Atendíamos un carro por día en el estacionamiento. Tuve que acostumbrarme a no cobrar mi quince y último, pero todos los días producía dinero. Fue necesario adaptarme a un nuevo ritmo, y todos los esfuerzos los hice sobre todo por mi hijo, José Domingo. Él había nacido en el año 86. Para el 93, cuando comencé a enfrentar el cáncer, tenía 7 años.
En el año 2002 reapareció la inflamación en el ganglio. Fui a preguntar cuánto costaba la operación para hacerme la operación nuevamente, y me decían que entre 15 y 18 millones. La familia estaba muy golpeada económicamente, apenas estábamos saliendo de las deudas de la operación anterior; habíamos vendido unos carros, hipotecamos el apartamento, todo para pagar la quimioterapia de hacía ocho años. Un médico amigo me dijo que me operaba con gusto, pero que el costo de la operación no podía bajar de 15 millones.

Cubanos en acción

Un día me encontré en la calle con un médico cubano, de Holguín, y me preguntó por una dirección. El hombre me preguntó después qué me pasaba; algo percibió que lo llevó a hacerme esa pregunta. Yo le conté el problema que tenía. El hombre me preguntó qué tenía en las manos, que estaban cuarteadas. Le respondí que era de tanto trabajar mecánica, por el contacto con gasolina y otras sustancias; que a veces usaba unas cremas que me aliviaban un rato, pero nunca se me cerraban las heridas. Se ofreció para hacerme un chequeo y me remitió a donde una compañera suya.
La doctora me dijo que antes de hacer nada me realizara un examen; en los resultados se confirma que soy diabético, y no estaba recibiendo tratamiento. Me dio una pastilla para que la tomara diariamente; a la semana ya tenía las manos curadas, sin ponerme ninguna crema; el problema era la diabetes impidiendo que mi piel cicatrizara.
Luego el médico se ofreció para contactar a un médico cubano en Carabobo para que me examinara. Así lo hicimos, dos días después. Me fui desde Los Teques, manejando, hasta el hospital Simón Bolívar en Guacara (Carabobo), el primer hospital que montó la Misión en Venezuela.
Este otro doctor me mandó a pasar al consultorio y me pidió que me desvistiera. Al poco rato apareció una enfermera con un frasco y una hojilla en la mano, y comenzó a afeitarme. No me dio tiempo de preguntar mucho; me pasaron al quirófano y me operaron. La operación duró una hora. Estuvieron filmando toda la operación.
El médico me entregó el ganglio que me habían extraído en una botella sellada con formol, y me dio que mandara a hacer la biopsia. Me fui de regreso a Los Teques, manejando como había ido a Guacara.
Al llegar a mi casa me encuentro con otra sorpresa: me estaban esperando dos doctoras cubanas, Esther y Loraine. Esas mujeres me cuidaron durante ocho días en mi casa. A los ocho días me quitaron los puntos, me hicieron mi cura. Y me anunciaron que había que hacerme quimio otra vez. Era mucho más cara que años atrás; sobrepasaba los 400 millones.
Yo trabajaba para ese entonces por mi cuenta, como mecánico y pertenecía al comité de Salud de San Pedro de Los Altos. Los médicos querían colaborar conmigo, pero no se conseguía el medicamento para la quimio.
Fui a ver a Asia Villegas, quien era secretaria de salud, y le informé que ya tenía tres meses esperando la quimio. Todo era más complicado porque eran los tiempos del sabotaje empresarial contra el Gobierno. Asia llamó alarmada al Convenio Cuba-Venezuela, les explicó que era un caso grave porque no debí haber pasado tanto tiempo sin hacerme el tratamiento. Esto fue un día jueves; al terminar la conversación me dijo que regresara tranquilo a mi casa. Apenas llegué allá me llamaron para que fuera a sacarme el pasaporte en la misión cubana en la alcaldía de Guaicaipuro, Los Teques.
El viernes fui a hacer la gestión, el lunes fui a Miraflores y me dijeron que viajaría el martes. Necesitaba un acompañante; la acompañante ideal era mi esposa, pero ella estaba recién operada del manguito rotador y no podía mover el hombro, tenía inmovilizado el brazo derecho. Pero de todas formas  ella fue mi acompañante, y llegó además como paciente para rehabilitarse el brazo.

El hijo

Mientras tanto, mi hijo José Domingo estaba cumpliendo 17 años y en el trance de terminar sus estudios en el liceo y dispuesto a entrar a la universidad. Él quería estudiar arquitectura, pero en la universidad le niegan la entrada en esa especialidad. Empieza a dar bandazos, era un caso típico, el recién graduado de bachiller que no consigue qué hacer. Nos enteramos de que había un curso de Servicio Social que podía estudiarse en Cuba. Él conducía un programa de análisis político y movimiento estudiantil en la Radio Paraipa, una emisora comunitaria de Los Teques. También participaba en la elaboración de un periódico comunitario.
Hablamos con la agregada cultural de la embajada de Cuba, y lo convocaron para una entrevista. Él llevó los periódicos que había hecho y la grabación de algunos de los programas transmitidos. Al final de la entrevista la agregada le dijo: “Yo creo que tú no vas a hacer nada estudiando Servicio Social. Cuba te ofrece una beca para que estudies Arquitectura en una universidad de La Habana”. Le dijo que se tomara una semana para que consultara y madurara esta decisión. Pero él ya estaba decidido.
Un mes después ya José Domingo tenía hecho todo para viajar a Cuba, y lo hizo, becado por el gobierno cubano. Empezó a hacer el preuniversitario en la CUJAE. Le fue muy bien en ese curso; cuando regresó a Venezuela yo estaba en ese segundo enfrentamiento con el cáncer.

La batalla ganada y las que siguen

Llegué a La Habana con mi esposa por primera vez el 24 julio de 2003. En el hotel Copacabana me hicieron especie de terapia antiestrés; luego me pasaron al Centro Internacional de Salud La Pradera. Allí me realizaron 6 sesiones de quimioterapia y 33 de radioterapia.
En los intervalos en que estaba sin hacer nada pedía permiso a la Coordinación del Convenio para conocer el país, y así lo hice. Al finalizar la quimio y la radio me mandaron a Venezuela, en 2004. Cuando llegué mi familia en pleno se reunió para recibirme, muchos lloraron. No era para menos: los médicos en Venezuela habían pronosticado que yo iba a regresar de Cuba en un cajón. Mi esposa también fue curaba del hombro y movía el brazo perfectamente; para ella el pronóstico era que no iba a poder levantar completamente el brazo, y la verdad es que lo levanta más de lo que yo quisiera.
Desde entonces vengo una vez al año a La Habana, para el control del cáncer y otras dolencias. Ahora mismo me acaban de evaluar; me acaban de decir que no tengo ya rastros del cáncer. Mi agradecimiento especial es con los oncólogos que me han tratado: Rubén, Haydée, Camilo.
Luego me han tratado la diabetes; estaba tomando un medicamento que me bajaba demasiado el azúcar y tuve que suspenderlo aquí. Me han tratado problemas que tengo en los riñones, una hernia discal (tengo siete hernias en la columna). El médico me dijo que en lugar de operármelas me hiciera rehabilitación, que esto daba buen resultado.
Tengo una dieta especial. En el hotel El Viejo y El Mar es fácil seguir este régimen alimenticio, ya que la comida es de buena calidad y el trato personal es todavía mejor.

2 comentarios:

  1. El Mejor Alumno que he tenido! Las clases de historia el las daba mejor que cualquiera, los demas alumnos se quedaban oyendo la historia contada por Jose Luis! graduado con honores y seleccionado por todos sus compañeros para el discurso de graduacion!!

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  2. mi primo es un batallador de la vida, ha superado los obstaculos mas dificiles con su enfermedad, no ha sido facil pero gracias al convenio Cuba-Venezuela hoy esta aqui contando su historia, digno de admirar

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