3/12/12

José C. Lo que no pudo borrar el fuego

Paciente: José C. (menor de edad). Testimonio de su abuela, María Lourdes Rodríguez

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Soy abuela del niño José C. Lo estoy criando desde el año 2008 porque sus padres murieron. A su papá (mi hijo) lo mataron de un tiro en el mes de febrero, y al mes su mamá murió en un accidente de tránsito. El niño acababa de cumplir cuatro años; siete meses después que se murió la mamá fue el incendio en la casa.
Yo tenía que salir a trabajar todas las mañanas. Nosotros vivimos en Petare, en un cuarto muy pequeño sin ventilación, con una hija y otro nieto; un hijo de ella que era epiléptico. En la casa de arriba vivía otra hija mía. La que vivía conmigo tuvo que salir ese día y le pidió a su hermana que vivía arriba el favor de que estuviera pendiente, por eso se quedaron los dos niños solos.
El esposo de la que vive arriba se dio cuenta de que el piso se estaba poniendo caliente y la luz estaba como fallando, y bajó a mi casa. Cuando llegó al pasillo vio que José venía como ciego, tropezando sin ver por dónde caminaba, y detrás el poco de humo y la candela. Allá adentro se quedó su primito, que tenía 9 años y que sufría de crisis epilépticas. José trató de ayudarlo a salir, pero el otro era más grande y estaba paralizado por el miedo, y murió dentro de la casa sin que nadie pudiera hacer nada.
A José lo agarraron unos vecinos y se lo llevaron al hospital; estaba todo quemado, con los brazos abiertos, y le pedía a la gente que no lo agarrara porque le dolía. Cuando pasó el carro por allá abajo mi hija se preguntó qué sería esa emergencia que llevaba el vecino. Al ratico llegó alguien a decirle que su casa se estaba quemando y que su a hijo se lo habían llevado al hospital. Se la llevaron en una moto para el hospital Pérez de León, pero ahí le dijeron que al niño se lo habían llevado al Domingo Luciani de El Llanito. Allá le dieron la noticia de que era José el que estaba hospitalizado; que su hijo se había muerto dentro de la casa.

Las marcas

José estuvo tres días en terapia intensiva; ahí lo limpiaban y lo cuidaban para evitar que se le regara una infección. La doctora que lo vio por primera vez no fue más para el hospital, entonces pasó un mes y pico antes que le hicieran la primera operación. En ese mes y pico yo tuve que llevármelo para la casa, la misma que se quemó, y ponerme a cuidar a ese muchacho. Yo no dormía, me pasaba la noche limpiándole las heridas, no podía dejar que se le infectara otra vez porque una bacteria le agarró varias heridas y le comió las orejas. Yo era la única que me le acercaba a él, nadie aguantaba ese olor.
Por fin le operaron las manos. Tuvieron que despegarle una que la tenía pegada de la barriga, porque la piel cuando se quema se convierte como en un plástico y se queda pegada y el muchacho dormía con la mano puesta ahí. Cuando le despegaron la mano los dedos los tenía volteados hacia atrás.
Estuvo hospitalizado en el Domingo Luciani cuatro meses, hasta el 3 de febrero de 2009. Yo me desesperé porque me entregaron al muchacho con las piernas dobladas hacia atrás, pegadas por dentro como si estuviera agachado, y los brazos también los tenía muy dañados. No quise que lo operaran más, pero le seguimos haciendo rehabilitación. En esos días recibí la noticia de la muerte de mi mamá y tuve que irme para oriente a enterrarla.

Amigo de todos

Cuando volví, una amiga mía llamada Ana Rondón me dijo que una señora le había pedido los papeles del niño para llevárselo a unos médicos cubanos en la avenida Libertador; recuerdo que hasta plata me dieron para que agarrara un taxi hasta allá. Les entregué los papeles y ellos resolvieron todo; nos sacaron el pasaporte y nos dijeron que nos veníamos para Cuba.
Estuve aquí con el niño tres meses esa primera vez. Nos atendieron muy bien, examinaron al muchacho, pero no pudieron operarlo porque el hospital donde le iban a hacer la intervención tenía un problema de filtraciones y eso era peligroso para él. Me dijeron que volviera a Venezuela y que esperara la llamada de ellos para volver a los dos meses.
Yo, de verdad, me sentí muy decepcionada. Yo en mi casa tenía problemas que resolver, aquello se me estaba llenando de ratas, tenía que hacer un baño que no teníamos, dejé muchas cosas que tenía pendientes y no pude hacerlas porque me vine todo ese tiempo a La Habana. Sentí que vine a perder el tiempo; lo que hicimos fue comer y pasear. Entonces les dije que no iba a volver más. Me dijeron que tenía que volver, que el muchacho necesitaba operarse. Además se había hecho amigo de todo el mundo. Cuando ando por ahí con José lo saludan un poco de doctores y enfermeras que yo ni conozco todavía.
En Venezuela me puse a resolver las cosas de la familia y me olvidé del Convenio. Como cambié el teléfono no pudieron comunicarse conmigo, hasta que por fin me ubicaron pero en esos días se me había muerto el esposo de una nieta y tuve que quedarme. Pero me traje al niño otra vez, y entonces sí pudieron operarlo.
Esa vez a mí también tuvieron que atenderme, porque he tenido episodios de azúcar alta y de hipertensión; los médicos aquí me dijeron que todo era emocional. Al llegar a Cuba hace unos meses estaba flaca, en el hueso; con el tratamiento y la buena comida me he recuperado y aquí estoy dura otra vez. Pero no he dejado de recibir malas noticias: el mes pasado se me murió una hermana allá en Caracas.

Cada vez mejor

A José comenzó a atenderlo una doctora llamada Adys, muy amable y muy buena. La primera operación que le hicieron fue en un ojo, que por un injerto mal hecho que le hicieron en el Domingo Luciani había quedado muy abierto. También le operaron una mano y un brazo que no podía estirar y quedó bien, ya le quedó normal y lo puede mover. Le abrieron los dedos de la mano que tenía pegados. En un mes le resolvieron varias cosas que yo creía que no iban a tener solución. Está mejor que cuando vino la primera vez, él estaba muy feíto.
Aquí le tienen mucho cariño, José es amigo de muchos doctores, enfermeros y pacientes. Le faltan varias operaciones pero tiene que ser en otro viaje, dentro de unos meses, porque él es muy pequeño y no se le puede poner tanta anestesia tan seguido.
José estudia y tiene que volver a la escuela a recuperar el tiempo que ha perdido. El año pasado le hicieron una evaluación y quedó en primer grado; no fue necesario mandarlo a preescolar, sus tías ya le habían enseñado muchas cosas. Él es muy inteligente; conoce todas las letras, lo que no sabe todavía es pronunciar la palabra completa. Ya pasó para segundo grado.
Cuando entró a la escuela, desde el primer día se le pegó un niñito a preguntarle qué le había pasado. Hasta que José le dijo: “Niño, deja tu chisme”, y ya dejó de molestarlo. Ahora todos son amigos de José y juegan con él.

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