3/12/12

Presentación. La ternura y la fortaleza


Este libro contiene historias de personas que sobrevivieron o que mejoraron sus condiciones de vida cuando casi todo indicaba que su existencia iba a estar llena de derrotas y precariedad. Ya veremos gracias a qué circunstancias alcanzaron esa condición de sobrevivientes.

Aquí hablan personas que, en su mayoría, fueron emboscadas por dolencias o dinámicas propias del capitalismo industrial. La violencia criminal es una enfermedad capitalista, tanto como lo son muchas enfermedades degenerativas, lesiones prenatales y más de una congénita. Por encima o al lado de todas estas merodea la más insólita y cruel de esas enfermedades: la que señala que usted sólo tiene derecho a una vida con dignidad si tiene dinero. Todos los pacientes y familiares cuyos testimonios se registran aquí debieron pasar por la rabia y la impotencia de recibir, en momentos cruciales, la siguiente declaración o propuesta denigrante: “Si usted me paga yo lo curo”. La continuación de esa declaración usted la está oyendo claramente en sus adentros, y yo quiero expresarla con estas palabras y no con otras: “Y si no tiene dinero, pues púdrase y jódase con su enfermedad”. El gigantesco daño espiritual que ha convertido en legal, normal y entendible esa conducta ha matado o inutilizado a más personas que cualquier guerra o catástrofe.

En capitalismo la salud no es un derecho sino una mercancía, y quienes le ponen precio son un puñado de gangsters egresados de estructuras burguesas, rémora de la época colonial, como lo son las escuelas de Medicina de nuestras universidades tradicionales. La estructura que produce seres avaros, para quienes la riqueza personal es la más alta definición de “éxito”, siempre obstaculizará la creación de un sistema de salud al servicio de la humanidad. De allí que haya tenido sentido y pertinencia la decisión de los gobiernos de Cuba y Venezuela de firmar un convenio de cooperación, para que los enfermos venezolanos vayan a tratarse las dolencias más complicadas y letales en un país que ha derrotado el sentido mercantilista del ejercicio de la Medicina, y que ha levantado como bandera el criterio de solidaridad.

La formación de compatriotas en Medicina Integral Comunitaria es el paso complementario para ir sustituyendo el perverso sistema de salud actual por uno donde la gente importe más que el dinero. Este es y será un proceso lento pero necesario; un trabajo de la actual generación de venezolanos (y cubanos) y probablemente de la que sigue. Mientras esta construcción avanza, hasta el momento del levantamiento de entrevistas e información para este libro (mayo-julio de 2012) 52 mil venezolanos habían sido tratados, operados o recuperados en los centros de salud de la República de Cuba.

¿Hay recursos monetarios involucrados en este Convenio? Los hay: los Estados participantes invierten en los ciudadanos (sujetos y razón de ser de este convenio) energía, talento y recursos monetarios. Pero de esa transacción no resultan ciudadanos estafados ni enriquecidos. Nadie se hizo millonario y nadie perdió la casa por el acto de operarse o someterse a tratamiento, cosas que sí suceden cuando uno acepta entrar en el juego de la medicina-mercancía. La inversión social que se realiza aquí, sea del tamaño que fuere, se justifica en el hecho de que ni todo el petróleo de la tierra puede pagar ni una sola de las vidas salvadas en estos doce años de interrelaciones.

En La Habana me topé con el hecho curioso y bastante repulsivo (y aislado, hay que decirlo) de que en semejante paraíso de la vida y la salud (pacientes pobres alojados en hoteles de cinco estrellas, con piscina, atención médica y aseo cotidiano; tres y a veces cuatro comidas diarias) hubiera quien gritara su antichavismo y su molestia porque faltaba alguna comodidad extra. Lo cual me colocó sobre un dato, al menos: el discurso que habla de inclusión y pluralidad no es un discurso, es un hecho verificable y a prueba de necedades y otras toxinas.

Apartando estos episodios, la sensación general que queda es la comprobación de la tremenda estatura moral de un pueblo y su resistencia física y sicológica ante la adversidad.

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Las entrevistas o conversaciones que dieron origen a estos relatos testimoniales revelaron algunos puntos en común, ideas que se repitieron a lo largo de las conversaciones, a saber:

1. Las leyendas anticubanas. A muchos de los pacientes les advirtieron, cuando decidieron ir a curarse en Cuba, que en este país había un control estricto de los horarios y zonas para desplazarse, persecuciones y castigos de todo tipo a quienes se salieran del carril de los toques de queda y horarios para ir a realizar trabajos forzados; les hablaron además del presunto carácter “pirata” o antiprofesional del ejercicio de la medicina en la isla.

2. La insolencia del negocio de la medicina privada, que, en presencia de un paciente temeroso de perder la vida o las condiciones mínimas de la vida en dignidad, no tiene reparos en proponerle la extorsión del momento: tu vida o tu salud están en mis manos, y cuestan tanto dinero. Alguno de ellos, que había acumulado con esfuerzo unos ahorros, debió entregarlo todo antes de descubrir con horror que no estaba siendo curado sino robado.

3. La presencia salvadora de la familia y los amigos. Casi todos estos pacientes decidieron no entregarse y seguir luchando sólo porque había hijos o seres a quienes no se podía defraudar o dejar abandonados. La movilización y la solidaridad de la gente cercana en momentos cruciales tienen aquí una presencia importante. Pero nada, ninguno de esos factores, iguala en potencia y enormidad a la figura de las madres.

Dato curioso, a propósito de este último punto: aunque los testimonios recabados acá pertenecen en su mayoría a varones, la figura predominante y protagónica del conjunto de historias es la de la mujer. La voz que recorre este libro tiene un componente femenino inocultable, y es probablemente por ello que, a pesar de los registros que alcanzan aquí el dolor y la violencia, el dato final que se impone sea el de ese tipo de ternura que es inseparable de la fortaleza: esa alquimia que sólo es capaz de ejecutar el ser humano oprimido y en busca de otra sociedad.

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Postdata. Yo soy el compilador de las historias de este libro, pero no soy su autor. Puedo aceptar gustoso la denominación “narrador”, ya que algo de destreza narrativa apliqué para que el discurso oral se convirtiera en materia legible, pero estas historias no me pertenecen vitalmente (fueron otros quienes las vivieron). Tampoco son obra de mi ingenio o mi imaginación: son transcripciones y recreaciones de conversaciones y entrevistas con pacientes y familiares de pacientes.

En la segunda parte de este volumen, titulada “De su puño y letra”, sí encontrarán ustedes autores genuinos: son cinco compatriotas a quienes les solicité la entrevista de rigor y ellos prefirieron escribir SU testimonio. Esos testimonios sí son suyos: ellos los vivieron, los padecieron y los decantaron antes de convertirlos en letra escrita. Así que corregí sus textos respetando su orden, sus giros y estructura narrativa, y al final les agregué datos que les consulté a cada uno de ellos para que no quedaran baches impertinentes en los textos. Mi reconocimiento a esos autores: Jesyng Martínez, René Molina Acevedo, José Gregorio González, Rosa Lunar, Carolina Ochoa.

JRD, agosto 2012

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